LA GUITARRA
Cuando mis tres hermanos mayores habían ya
entrado en plena adolescencia, es decir que ya estaban en el secundario, papá
decidió que debían estudiar música, y fue así que el mayor comenzó con el
violín, el segundo con guitarra y el tercero con piano.
Pero resultó que el de la guitarra, realizaba
el estudio muy a disgusto, y es así que, como tenía obligación de estudiar tres
veces por semana, una hora cada vez, dividía la hora en tres secciones de 20
minutos cada una, para preparar, practicar y guardar.
Papá se dio cuenta de cómo venía la mano, pero
hete aquí que un día aparecieron los avisos de que se presentaría en el teatro
una niña prodigio, para dar un concierto de guitarra. Mi padre aprovechó esta
oportunidad y sacó dos entradas en la fila dos, al medio, de manera que
pudieran estar bien frente a la concertista.
Muy satisfecho estaba mi padre cuando empezó
el concierto, porque durante toda la interpretación mi hermano se acomodó
atentamente y con extrema quietud, como absorto en la maravilla que estaban
escuchando.
Cuando finalizó, María Luisa Anido, la
concertista, de unos 11 años, se levantó para saludar al público, que aplaudía
con gran entusiasmo.
Pero fue muy grande el disgusto de mi padre,
cuando el muchacho, muy seriamente, le preguntó:
“¿Sabés cuantas lámparas tiene la araña central?”
EL LORO
Mi padre había construido una casa en un terreno de algo así como una hectárea, en Unquillo.
Esto sucedía a principios del siglo pasado, más exactamente en el año 1918. Se trataba de una casa lo suficientemente grande como para alojar cómodamente a una familia de siete hijos.
Como estaba ubicada al frente del arroyo, para tener agua corriente en la casa, se construyó un pozo y, con una bomba, se alimentaba un tanque colocado sobre el techo.
Con el tiempo, se construyeron tres casas más, que fueron alquiladas para ser utilizadas para el veraneo.
Estas casas recibían agua del mismo tanque original y, cada vez que necesitaban agua, se ponía en marcha la bomba y, por supuesto, quien la ponía a funcionar era responsable de apagarla.
Pero resultó que en la práctica, este paso no siempre se cumplía, con el resultado de que el agua llenaba el tanque y éste se derramaba copiosamente, hasta que alguien escuchaba el ruido y salía a gritar para llamar la atención del irresponsable.
Mamá tenía un loro muy conversador y que aprendió muchos de los llamados que se hacían de viva voz, como ser a “Bonda”, la perra de mi hermana, que odiaba al loro.
Pero lo más notable fue que aprendió que debía llamar cuando se volcaba el tanque de agua, a tal punto que en el mismo momento que comenzaba el ruido del agua, el loro gritaba bien fuerte:
“¡MOTOR! ¡MOTOR!”
Hasta que alguien cortaba la bomba.
INCONSCIENTE
Yo tenía 12 años un día que salimos a dar una
vuelta por Unquillo. Cuando estábamos ya volviendo, mi hermano para el auto, un
Chrysler 1928, se baja de auto y me dice:
“Correte,
que te toca manejar a vos.”
Esta fue mi primera experiencia, que con el
tiempo se repitió a menudo, tanto que muchas veces iba con mamá a hacer las
compras al pueblo.
Pero la máxima fue la vez que vino un señor amigo
de Tucumán en una voiturette Ford “A” y me preguntó si sabía manejar, a lo que
respondí afirmativamente. Me pidió entonces que llevara el auto a la estación
de servicio para hacerlo lavar. Yo tenía en ese momento 14 años, por lo cual se
pueden imaginar mi alegría.
La cosa no paró solamente en llevar y traer el
auto. Este señor era un predicador evangélico que vino a Córdoba para asistir a
un congreso en el Teatro Rivera Indarte (hoy, Teatro San Martín) y, como el
auto no estaba listo, se trasladó en ómnibus con la condición de que yo le
llevara el auto.
En mi total inconciencia, acepté la propuesta,
y al final de la tarde salimos con mi madre en el asiento delantero y dos
chicos en el trasero.
El viaje se desarrolló con toda normalidad,
sin contar con mis nervios, y al llegar al barrio San Martín, recién me percaté
del policía de tránsito cuando pasé a su lado, que por suerte me daba paso.
Mis hermanos mayores me recriminaron
duramente, pero me pareció que en el fondo no eran muy sinceros, y que sin
querer demostrarlo, estaban orgullosos de su hermanito.
Amigo Henry, gracias por tus publicaciones, un gran abrazo desde Ascochinga. Antonio
ResponderEliminarQUERIDO TÍO, A PESAR DE HABER ESCUCHADO ÉSTAS ANÉCDOTAS EN LA FAMILIA MUCHAS VECES, SIEMPRE ME PARECEN TAN ORIGINALES Y ALGUNAS GRACIOSAS QUE TERMINO SIEMPRE RIENDOME COMO SI NUNCA LAS UBIERA ESCUCHADO, BESOS Y ADELANTE CON EL BLOG QUE ESTA MUY BUENO BESOS DIANA
ResponderEliminar